Recuerdo (texto de S.Montecinos)
Recuerdo que aquel día fui despertado por un terrible sueño. Sin imágenes, formas o colores, sólo una terrible sensación de encierro que oprimía todo mi cuerpo, y también más allá de él si es que creemos, con el viejo Platón, en la existencia de un éter que constituye nuestra esencia… Una vez despierto miré el reloj buscando un medio para anclarme al mundo, me sentía bastante extraño dentro de la colcha, dentro de todo, en realidad. Eran las cuatro de la mañana y sólo sabía que desperté debido a un sueño absurdo: atado, sin posibilidades de movimiento, sentir el cuerpo muerto pero intacto ese continuum reflexionante que llamamos pensar; nuestra materia orgánica sin vida, pero seguir ahí como si nada, concibiendo esa angustia segundo por segundo. Como una explosión que no explota, si es que es posible imaginar algo semejante.
Terrible es la sensación de aislamiento que puedes llegar a sentir en instantes como ese. Piensas que deberías hacer algo, pero tu interés se encuentra desintegrado en medio de tantos sobresaltos y decepciones; hablar con alguien quizás, pero nadie aparece, salvo sombras que alguna vez fueron, pero que nada son ahora, sólo sombras; caminar —¡puede ser!— pero te encuentras cansado de antemano, tan cansado que ni siquiera puedes asumir la juventud que gobierna tu realidad. Me eché a morir, siguiendo el dictamen de la fatalidad. Cinco, seis, siete y ocho, el sueño volvió a invadir y me entregué, gustoso, a olvidar lo sucedido.
Terrible es la sensación de aislamiento que puedes llegar a sentir en instantes como ese. Piensas que deberías hacer algo, pero tu interés se encuentra desintegrado en medio de tantos sobresaltos y decepciones; hablar con alguien quizás, pero nadie aparece, salvo sombras que alguna vez fueron, pero que nada son ahora, sólo sombras; caminar —¡puede ser!— pero te encuentras cansado de antemano, tan cansado que ni siquiera puedes asumir la juventud que gobierna tu realidad. Me eché a morir, siguiendo el dictamen de la fatalidad. Cinco, seis, siete y ocho, el sueño volvió a invadir y me entregué, gustoso, a olvidar lo sucedido.
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